viernes, 20 de abril de 2012

Steven Kelman : "Las oposiciones tal vez seleccionen las mejores memorias. El mero conocimiento de la ley no hace al buen gestor"

  Revista de prensa. La Vanguardia. 19.4.2012.

Entrevista con el profesor  Kelman, experto en Gestion Publica invitado por ESADE. Harvard University.

Nuestro sistema falla al seleccionar a nuestros dirigentes y, en consecuencia, tenemos mejores ejecutivos en muchas empresas que en muchos gobiernos. Capitanes como los de Inditex o Mercadona o de cientos de eficientes pymes que hoy exportan y ganan -a pesar de la marca España- no hallan su correlato político. Kelman, experto en gestión pública, apunta que escoger a nuestras élites mediante oposiciones confucianas y el cabildeo de los partidos es ineficiente, porque los grandes retos que afrontamos ya no se dirimen sólo en los despachos de Madrid: hay que saber idiomas -por lo menos el inglés- y haberse abierto al mundo sin reservas para saber vendernos al mundo sin complejos.

No pretendo darles lecciones...

Pues las necesitamos.
La tradición española en la formación y legitimación de sus dirigentes: el derecho, el estudio de un temario, las oposiciones...

Una élite confuciana de funcionarios, como categorizó Max Weber.
Como hacen Francia, España y otros países de tradición napoleónica: las oposiciones tal vez seleccionen las mejores memorias...

¿No sirven para nada más?
... pero hemos comprobado en la Escuela de Gobierno Kennedy, y creo que es una observación de valor universal, que el mero conocimiento de la ley no hace al buen gestor.

Por ejemplo.
Estudio tras estudio, hemos demostrado que el ministerio de EE.UU. peor gestionado es el de Justicia.

¿Por qué?
Los abogados desprecian la gestión: creen más en la norma. Y tienden a tratar de solucionar la ineficiencia de una ley con otra ley. Pero, como sabe bien el buen empresario, no se puede dirigir contra la norma, pero tampoco sólo con la norma.

Y muchos errores de gestión no son consecuencia de la mala normativa.
El 70 por ciento de la gestión pública, además, no es diferente de la de cualquier negocio privado: sólo el restante 30 por ciento es específico de lo público.

¿El peor vicio del administrador?
Tender a duplicar y entorpecer procedimientos para aumentar su poder sin preocuparse de cómo afecten al ciudadano.

¡Qué nos va a contar! ¿Hay remedio?
Que los ciudadanos exijan transparencia y cuentas claras y que la sociedad civil, con todas sus asociaciones profesionales, prensa, usuarios organizados..., vele por la eficiencia del sistema: midan, evalúen, fiscalicen.

Hoy lamentamos no haber frenado el gasto público que ayer aplaudíamos.
La esencia de la democracia es que los ciudadanos seamos conscientes de que cada centavo -de uno en uno- es nuestro y no de los políticos: sale de los impuestos que pagamos o de la deuda que el gobierno contrae para que acabemos pagándola nosotros.

Parece que empezamos a percatarnos.
Por eso, la gran pregunta a la hora de ir a votar no se la haga usted al corazón, sino a la razón, y es: ¿lo que obtengo en servicios compensa lo que pago en impuestos?

¡Qué difícil de calcular!
Si cada ciudadano se lo plantea, mejorará su país. En consecuencia, hasta el último funcionario de cualquier administración tiene derecho -y obligación- a ser evaluado en su trabajo para saber si es útil y si crea valor para el ciudadano. Por eso, debemos exigir juntas de evaluación sistemáticas y ejecutivas en todos los servicios públicos.

Eso requiere ciudadanos formados.
Para lograr que obtengamos más servicios por menos impuestos, los electores debemos familiarizarnos con los baremos con que se mide la eficiencia: la policía, por ejemplo, lo que nos cuesta y lo que logra; las tasas de crimen, de mortalidad por tráfico...

Si no fiscalizas a tus gobernantes, no tienes derecho a quejarte.
Otro gran principio general de lo público es: si no tiene competencia, hay que crearla.

La competencia es la madre de la ciencia.
Y para crearla, el ciudadano debe poder elegir entre hospitales públicos, universidades, colegios... Después, el gestor asignará más recursos a los centros más demandados: a más calidad de servicio, más dinero.

¿Y si no tienen demanda?
Si no tienen demanda, porque no ofrecen calidad, deben mejorar o cerrar.

¿Cree usted que Estados Unidos puede darnos lecciones de gestión pública?
No somos modélicos: Winston Churchill repetía: "Puedes estar seguro de que los americanos tomarán la decisión correcta... después de haber probado todas las demás".

Yo me lo tomaría como un halago.
Y además es cierto: nuestra historia demuestra una y otra vez que, ante un gran problema, solemos enredarnos en el forcejeo partidista hasta que la situación es tan grave que requiere un gran pacto nacional: entonces nos unimos y salimos adelante.

El olor del lobo agrupa a las ovejas.
Otro gran principio gestor: el gobierno sólo debe concentrarse en hacer lo que sólo puede hacer él. Cuando la iniciativa privada puede sustituir a la pública con ventaja demostrable, es más eficiente que los gestores públicos cedan la gestión a los privados.

Eso aquí se lo discutirían más.
Y, en fin, necesitamos la reforma permanente. Cada diez años se deben revisar todos los procesos, evaluar prácticas y discernir entre lo eficiente, lo mejorable y lo erróneo.

Limpiar y sacudir las alfombras.
Sólo con una mera revisión hemos comprobado que se ahorra un 10 por ciento.

¿Y quién debe hacer todas esas reformas? ¿Los mismos políticos que erraron?
Comete usted el gran error del administrado: negarse a ver su responsabilidad en la gestión pública. Y limitarse a culpar cómodamente a "los políticos". Esa queja sin alternativa conduce a la pasividad y al nihilismo. En realidad, cuando hablamos de "los políticos", estamos hablando de nosotros...

¿En qué sentido?
Tenemos el sistema que nos hemos otorgado: nosotros los elegimos. Y, además, el político actúa respondiendo a las presiones que recibe del elector: nosotros.

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