martes, 9 de septiembre de 2014

Antonio Arias: Siete cualidades del interventor para llegar sano y salvo a la jubilación

"Cuando hay que escribir hay que hacerlo bien, sin hacer sangre. Firme y claro; pero aquí las formas también importan y es bueno advertir antes de formalizar el reparo"
 
Antonio Arias. Blog fiscalización.es.- Cada vez son más frecuentes los artículos que comienzan con el gancho “cinco argumentos para …” o “siete cosas que …”. Se trata de una consecuencia más de las redes sociales, que imponen sus reglas de selección sobre qué artículos leer.
 
Yo no sé si ustedes usan Twitter, pero yo sigo con él a un millar de personas y sus artículos recomendados usan anzuelos de este tipo, con sólo 140 caracteres. Hoy no voy a ser menos. Esta semana he tomado café con José Antonio Duruelo Martín, que se jubilaba tras 25 años en el mundo del control interno autonómico, el último lustro como Interventor de la Universidad de Oviedo.
 
José Antonio es buen amigo desde mis años mozos en la facultad de Económicas, donde yo era su proveedor de apuntes y él cursaba el segundo ciclo como diplomado en Empresariales. Era, además, ingeniero técnico al servicio de la Diputación de Oviedo, conocía muy bien la gestión de los proyectos y pronto se pasó al control interno. Puedo asegurar que esa evolución fue enriquecedora. Es más, creo que es imprescindible haber gestionado en algún momento de la vida administrativa para ser un buen auditor o interventor.
 
Por eso, nuestro primer consejo para un joven que quiera dedicarse a esto sería intentar ese itinerario. Sé que esto no es pacífico, pero qué quieren, es mi decálogo. Muchos puristas de la fiscalización intentan alejarte de todo pensamiento empático argumentando que si te pones en lugar del fiscalizado no serás objetivo. Vale, pero se pierden demasiados matices.
 
No te encierres. Mantén una relación franca y afable con los gestores. No es imprescindible que les ganes todos los miércoles al mus, aunque José Antonio lo lograba. No importa que estén en el círculo de los fiscalizados. Tampoco tienen que ser todos, que hay mucha fauna en las organizaciones que vive por encima de sus posibilidades y -tarde o temprano- son una complicación. A esos puedes dejarlos de lado y no pasa nada porque tu desdén sea notorio.
 
Quizás se espere de un Síndico que apoye esa teoría de la distancia, pero no lo veo así cuando trabajas en una organización madura y con un ambiente profesional mínimamente ético. Realmente decir ¡no! a tu compañero de café se hace más fácil si puedes explicarle tus razones y evitarle un problema. Ya sabemos que los Interventores son esos chicos malos, aguafiestas profesionales que nos dan malas noticias. Sin embargo, las organizaciones eficientes necesitan una relación fluida entre compañeros. Eso implica renuncia. Si usted es Alcalde de un ayuntamiento mediano puede que me diga: “pues aquí el Interventor no se habla con el Secretario”. Malos profesionales. No se trata de rehuir los conflictos, que forman parte de la vida de las organizaciones en permanente cambio, pero no puede ser que siempre afecte a los mismos.
 
Analistas de riesgos
Hay muchos supervisores en todo tipo de organizaciones. Mis preferidos durante estos años de crisis financiera han sido los analistas de riesgos. Ellos si que han corrido riesgos con los directivos o clientes presionando para cerrar operaciones que tras el pinchazo de la burbuja quedaron en evidencia. Entonces todo el mundo corre a ver qué dejó escrito.
 
El buen Interventor va desarrollando un sexto sentido para detectar los problemas. Una cualidad esencial, pero si careces de ella o eres joven, solo te queda una, hasta que llegue: formación. La normativa pública se ha convertido en un monstruo de siete cabezas y el Interventor debe tener capacidad para dominarlas. Estudiar -¡y leer la prensa!- forma parte del trabajo y la mayoría de las veces se hace en casa, en la playa o bajo la higuera. Hace falta llegar a dominar la Ley de Contratos que es, hoy por hoy, la mayor fuente de conflictos de la Administración, en términos de cuantía. Pero, además debes saber explicar las cosas a los gestores -en esto José Antonio es un maestro- y las razones por las que no puedes recibir de conformidad una obra. Y debes hacerlo con elegancia y, si es el caso, saber rectificar que es una virtud, no un demérito. Nada de sostenella y no enmendalla. Demasiados funcionarios atascados en la inercia del banco pintado.
 
Hay que trabajar mucho los expedientes. A las mesas de contratación se debe acudir con el trabajo hecho. Esos son los buenos Interventores. Es difícil, sobre todo ahora que la transparencia se va imponiendo en las licitaciones y hay que comunicar a los empresarios los puntos obtenidos y los motivos de las decisiones de adjudicación. Tendrás unos minutos apenas para plantear tu discrepancia y aunque una buena formación te ayudará, el problema -como la solución- está en los pliegos.
 
Esto nos lleva al último apartado: el reparo amable. Si, al final no queda otra, hay que escribir un reparo. Cada vez es más difícil que una Autoridad o Directivo Público se salte un reparo de la Intervención. Además de quedar sólo ante el peligro, los riesgos de prevaricar son muy elevados y es raro el día que la prensa no nos aporta, al respecto, una noticia de los tribunales de justicia. Así que no valen advertencias verbales ni vagas. Cuando hay que escribir hay que hacerlo bien, sin hacer sangre. Firme y claro; pero aquí las formas también importan y es bueno advertir antes de formalizar el reparo. En los casos muy serios hay que consultar con la almohada el alcance -dentro y fuera organización- de los asuntos en las zonas grises.
 
En fin, que superar un cuarto de siglo en este trabajo no es nada fácil. Si eres un joven interventor que quiere llegar a la jubilación, quizás puedas sacar partido de maestros como José Antonio Duruelo.

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